domingo, 18 de enero de 2009

LOS ACADÉMICOS CIEGOS


No es que el asunto revista una enorme trascendencia, pero resulta un tanto patético el afán de la Academia de Cine española por relegar en la recta final al Oscar las obras que firma José Luis Garci. Un año tras otro se designa como candidatos a alzarse con la codiciada estatuilla (dentro de la categoría de Mejor Película en lengua no inglesa) a títulos cuyas opciones se antojan a priori más bien escasas, con lo que se cosecha una y otra vez idéntico resultado: la ausencia de nuestro cine en la terna de las cinco películas finalmente nominadas.

Como Garci no es afecto a la institución -se dio de baja ya hace algún tiempo, hastiado de las intrigas que se cuecen en sus aledaños-, se le ningunea con contumacia, cuando tanto Luz de domingo como Sangre de mayo (en particular la primera) son películas que el académico USA, el que a la postre vota y resuelve, hubiera saludado con mayor fervor que, por citar el ejemplo más reciente, Los girasoles ciegos.



Ocurre que José Luis Cuerda, director de la adaptación fílmica de la novela homónima del malogrado Alberto Méndez, representa el caso opuesto al de Garci. Plenamente integrado en el sistema, Cuerda goza con creces de los parabienes políticos y corporativos que al realizador de Volver a empezar se le niegan sistemáticamente.

Me alegro por Cuerda; al fin y al cabo fue mentor de Amenábar, a quien produjo Tesis. Pero deploro el encono con que se veja en su propio país al cineasta que no sólo logró el primer Oscar para nuestra cinematografía, sino que ostenta además el meritorio aval de haber sido nominado por la Academia de Hollywood en tres ocasiones más.
Un aval nada desdeñable; vamos, digo yo.