jueves, 12 de julio de 2007

BRAD & PAT


El cinéfilo, ya lo dice el rótulo, es un tanto distraído. Y su mirada repara en algo más que celuloide, sea éste excelso o banal. Verbigracia, el Festival Internacional de la Guitarra recaba su atención como el evento cultural más destacado del tórrido estío cordobés. Como en todas y cada una de las ediciones anteriores, el programa elaborado es susceptible de críticas fundadas; en mayor medida por los que faltan que por los que están. ¿Para cuándo la visita de Mano Lenta, el gran Eric Clapton? ¿Y tendremos algún día la oportunidad de ver por estos lares a un tal Knopfler, que dicen que no lo hace del todo mal? Ojalá. Pero estas y otras ausencias no impiden que el Festival cuente, un año tras otro, con la presencia de creadores muy ilustres, pertenecientes a campos y géneros a la sazón bien diversos, y que hacen de esta propuesta una cita ineludible y de sobrado interés.

Escribo estas líneas cuando el certamen aún no ha concluido, por lo que mi juicio tal vez sea un tanto precipitado; pero es poco probable que ninguna actuación de las restantes alcance las cotas de intensidad del encuentro entre dos de los músicos más deslumbrantes que ha dado el panorama del jazz en las últimas décadas. Hablo, claro está, del guitarrista Pat Metheny y el pianista Brad Mehldau, cuyo concierto en el Gran Teatro el pasado día nueve de julio permanecerá largo tiempo en el recuerdo de los numerosos aficionados que abarrotaron la sala.

No era ésta la primera excursión de Metheny por estos pagos; aquí –como en muchos otros lugares del orbe– cuenta con una legión de fieles y encendidos partidarios (entre los que me cuento). Metheny ha logrado el prodigio de acercar al jazz a quienes jamás habían alimentado empatía hacia el género, sin diluir por ello un ápice la esencia de esa música de raíces ancestrales. Al margen de su asombrosa técnica instrumental, que tanto debe al estilo del mítico Wes Montgomery, ha demostrado con creces su talento como compositor, refrendado en un puñado de estimulantes bandas sonoras (caso de El juego del halcón o Mi mapa del mundo). Vaya, de nuevo el celuloide.

El también norteamericano Brad Mehldau despuntó hace un par de lustros al frente de un trío que completaban el bajista Larry Grenadier y el baterista de origen valenciano Jordi Rossy. Con ellos grabó varios discos en los que Mehldau retomaba temas clásicos y standards con una mirada al tiempo respetuosa de la tradición y audaz, transgresora hasta cierto punto en las formas. Asimismo Mehldau incluía en su repertorio versiones de solistas y grupos del rock más alternativo (con Radiohead como principal referente). Ha sido comparado de manera asidua con Bill Evans y Keith Jarrett, pero Mehldau, aun habiendo bebido de esas fuentes, maneja un discurso sumamente personal. Lo que le define de modo prioritario es su profundo conocimiento del legado de la llamada música culta (hay ecos en su obra de Schubert y Brahms), en la que se formó, y que fusiona en una mixtura fascinante con el jazz de Thelonious Monk o Bud Powell. En cierto modo, Mehldau es la viva imagen del pianista perfecto. Ningún ordenador programado a tal fin hubiese logrado un equilibrio tan admirable: parece haber asimilado en la justa proporción lo mejor de los mejores, y en ese sentido cualquier intento por clasificarle o circunscribirle a un género determinado supone un afán baldío y una simplificación abusiva.

Estos dos músicos estaban destinados a encontrarse, antes o después. Por separado venden muchos miles de discos (no hablemos ya de las consabidas descargas cibernéticas), y juntos habían de vender muchos más. Como así ha sido: con dos trabajos ya a sus espaldas (bien es cierto que grabados en las mismas fechas), Metheny y Mehldau forman un tándem de probada eficacia comercial. Su escala en Córdoba se inscribe dentro de una extensa y exitosa gira que incluye ciudades como Los Ángeles, Viena, Milán o Tokio. En este caso, como en otros muchos, comercialidad no implica ausencia de calidad. Por el contrario, la presencia sobre un mismo escenario de músicos de tamaña envergadura constituye algo más que un mero aliciente: una cita histórica.