jueves, 15 de marzo de 2007

PETER VIERTEL: EL GENIO AGAZAPADO


No hace mucho, por mor de mis cuitas editoriales, tuve la oportunidad de compartir mesa y mantel con alguien a quien admiro como a pocos y desde antiguo. Hablo de Peter Viertel, escritor insigne y guionista de títulos célebres como La Reina de África o El viejo y el mar, por no hablar de la más reciente Cazador blanco, corazón negro, filmada por Clint Eastwood. Berenice, la editorial cordobesa que con tan buen tino y olfato dirige mi querido Javier Fernández, publicará en breve Una bicicleta en la playa, novela de Viertel que, por motivos que se me escapan, permanecía inédita en nuestro idioma. La feliz ocasión deparó una velada memorable.

La novela, digámoslo ya, es una completa delicia y una muestra flagrante, ostensible, del talento narrativo de Viertel; pero, Dios mediante, hablaremos de ella en este mismo lugar dentro de algunos días. Lo que ahora me interesa es trasladar al asiduo a este blog el carisma desbordante de quien es, para quienes saben de estas lides, una de las mayores leyendas vivas del Hollywood clásico.

Viertel es, a sus ochenta y siete años bien llevados, testigo de excepción de la era dorada de Hollywood, la del apogeo de los grandes estudios y el ascenso a los cielos de toda una constelación de estrellas; y asistió también al episodio infamante de la caza de brujas alentada por McCarthy, y a la desaparición, lenta pero inexorable, de un complejo entramado que había alumbrado tantas y tantas obras imperecederas. Amigo de Chaplin (un soberbio jugador de tenis, me dijo, aunque con mal perder), compinche de correrías varias de John Huston y Ernest Hemingway, entre otros nombres de postín, Viertel se asentó mediada la década de los sesenta en nuestra Costa del Sol, en compañía de su señora esposa: otro mito, por nombre artístico Deborah Kerr.

Varias cosas me quedaron claras tras esa comida de imborrable recuerdo para quien suscribe: en primer término, la capacidad de Viertel para referir sin desmayo y con gracejo no exento de mordacidad las anécdotas más jugosas y dispares. El término anglosajón storyteller debió gestarse para alguien como él. De otro lado me abrumó la lucidez mental, y la apabullante superioridad de ésta sobre los (inevitables) achaques físicos impuestos por la edad.

Y por último, pero no menos importante, la exquisita humildad de quien ha visto y vivido tanto... y tan grande... y tan bueno. Tuve la sensación, en fin, de encontrarme ante un genio humilde, discreto, agazapado tras sus movimientos y andares torpes, a la vez que dueño de un ingenio tan desbordante como letal.

Volveremos sobre Viertel. La ocasión bien lo merece.

jueves, 1 de marzo de 2007

EL CÍCLICO RITUAL DE LOS OSCAR


Todos los años, por estas mismas fechas, los cinéfilos –y los que no lo son tanto– debaten de manera más o menos enconada respecto del acierto o desacierto del palmarés final deparado por los integrantes de la Academia de Hollywood tras la gala de los Oscar. Debate que, unas semanas atrás, ya comenzó a gestarse, una vez se hicieron públicas las nominaciones en las diferentes categorías.
No es ningún secreto que tanto el Oscar como su correlato en las diferentes cinematografías –el César francés, el Goya español...– obedecen a un propósito puramente comercial: el público de todo el orbe acude en mayor número a las salas (y adquiere DVD´s) en función de cuáles sean las películas acreedoras a un mayor número de estatuillas. Con todo, ello no debe llevar a denostar con saña estos galardones, en aras de un purismo exacerbado. Lo cierto es que, con sus componendas y elementos circenses, los Oscar son una buena ocasión para echar la vista atrás y ponderar el rango artístico de la producción anual.
Siguiendo por esa senda, cabe concluir que el 2006 no ha sido un año particularmente boyante. Por supuesto, se han estrenado títulos de sobrado interés (como no podía ser de otro modo), pero ni el número de éstos ha sido abultado ni cabe aseverar que las cotas de calidad hayan sido similares a las de años anteriores. Algunos maestros han estado ausentes, tomándose un período sabático, y los que han hecho acto de presencia no han rayado en líneas generales a su mayor altura.
Entrando de lleno en el palmarés, puede afirmarse que lo más relevante ha sido el tributo, largamente demorado, de la figura y obra de Martin Scorsese. Varias veces nominado y siempre de vacío, el nombre de Scorsese amenazaba con entrar a formar parte del selecto grupo de cineastas que, a pesar de su majestuosa trayectoria, nunca recibieron un Oscar (y que encabeza como ejemplo más sangrante el orondo Hitchcock). Infiltrados es una película más redonda y acabada que sus dos intentos más recientes, Gangs of New York y El aviador que, a pesar de sus logros evidentes, resultaron un tanto desiguales y por debajo del nivel acostumbrado en el realizador italoamericano. Probablemente la razón principal estribe en que se trata de una intriga mucho más acorde con el terreno en el que mejor se desenvuelve Scorsese: el de los clanes y círculos criminales en los que valores tradicionales como moral y lealtad no están del todo ausentes, si bien adquieren perfiles tan difusos como fascinantes. El director logra un partido excelente de un reparto muy ajustado, en el que sobresalen los sólidos trabajos de Leonardo Di Caprio y Martin Sheen (aunque a la postre el único nominado fue el histriónico cometido de Mark Wahlberg). La única pega está en el guión de William Monahan, logrado pero excesivamente mimético respecto de la cinta original Infernal Affairs, producida en Hong-Kong y que, si bien carente del ritmo tenso y vibrante que sabe imprimir Scorsese, contenía ya las mayores virtudes de la intrincada trama.

A The Queen le venía algo grande la nominación como Mejor Película; por contra, poco se puede oponer ante el apabullante recital de Helen Mirren, que obligó a resignarse a nombres de tronío como los de Meryl Streep o Judi Dench, además de nuestra Penélope. Babel ha supuesto el punto final a la fértil colaboración entre el director González Iñárritu y el guionista Arriaga. Los eslabones anteriores, Amores perros y 21 gramos, ofrecían méritos más consistentes y una formulación menos pretenciosa. Por su parte, Little Miss Sunshine es un film amable y decididamente simpático, pero carente de la trascendencia que la Academia suele reclamar para los premios mayores; la misma que le sobra acaso a Cartas desde Iwo Jima que, rodada en japonés y subtitulada, era una apuesta demasiado arriesgada y radical, lo que no menoscaba la valía del nuevo trabajo de Clint Eastwood.

Finalmente, El laberinto del fauno, de Guillermo Del Toro, tuvo que conformarse con tres estatuillas en los apartados técnicos, para ceder el premio a la Mejor Película Extranjera en favor de la alemana La vida de los otros. Ambos títulos reunían méritos más que sobrados.